segunda-feira, 30 de agosto de 2010

LOS MUERTOS QUE NO LLORE




Obra: Daniel Haan
(Mi hijo: fuente de vida).

No hay nada más triste que la enfermedad y la muerte de quienes amamos, esta tristeza es aún más profunda cuando no estamos cerca de los nuestros. Enfermedad y muerte son palabras tristes y corrosivas que cuando nos sorprenden “viviendo fuera” las cargamos también en la cuenta de la ausencia.

La vida en el extranjero es una secuencia de ganancias y pérdidas, es más fácil para mí y supongo que para muchos hablar de lo que ganamos, o lo que construimos que de lo que hemos perdido o perdemos. He sentido en la distancia y llevado en mi piel la impotencia del “no estar” o “no haber podido estar o llegar a tiempo”. Ante la enfermedad o la muerte de los míos cuando pude, corrí para poder estar. Algunas veces llegue, otras no conseguí, entonces llore mis muertos en el refugio más cálido de mi cuarto-patria: mi cama, y en este refugio inventado en mi infancia, cobré con lagrimas mi ausencia.
 

Es un hecho que enfermedad y muerte en la distancia son palabras que nos calan hondo y trituran. No importa si estás o no estás, si llegaste o haz llegado tarde, o si llegaste pero ya no hay nada que hacer. Las palabras ya no son más palabras, son realidad sin evasión donde el consuelo disfraza la culpa y el dolor. Consuelo recibido de quien te reencuentra y te necesita. Consuelo de aquellos que si estaban allí. No importa quien consuele o sea consolado, quien era el presente o quien era el ausente. 
A todos, la enfermedad y muerte nos confronta de la misma forma. A todos nos enfrenta con nuestra fragilidad, con nuestra impermanencia y con nuestra propia ausencia.

Con este texto busco salir de mi refugio ausente-presente para compartir en este espacio las lágrimas por los enfermos que no puedo o pude cuidar, los muertos que no pude velar o llorar. Por aquí pasan las manos hábiles y el corazón abierto de Maria Ester la madre de Patricia y Juan C. Iacaruso que falleció la semana pasada, la espera cruel por la partida de la omi (la abuela de mis hijos) una mujer hecha mujer durante y después de la guerra y quien hoy a sus 93 anos en Alemania, ya nada espera. También pasan por aquí mis miedos, mis fantasmas y mis culpas por haber partido, mas también, junto a la llegada de mi hijo Daniel hoy a Rio de Janeiro pasan: la esperanza, la vida y la seguridad de que mismo en la distancia ESTOY PRESENTE y entonces no dejo de recordar las palabras de Amado Nervo: “aquellos que amamos nunca mueren, solo parten antes que nosotros”.